La educación financiera en la era de la digital

Y llegó 2024.  No hay películas muy buenas ambientadas en este año, pero para tener una referencia, Blade Runner –la original, esa de Harrison Ford—transcurría en un futuro distópico en 2019.  Lo cierto es que para las personas de hace 40 o 50 años atrás, el concepto de hacer transacciones sin dinero contante y sonante era una idea futurista, completamente inalcanzable y solo reservada para el cine. Hoy, es una realidad.

En Chile, el 87% de la población mayor de 15 años tiene acceso a una cuenta bancaria, mientras que en Brasil la cifra llega a 84% y en Argentina al 72%, según el último Global Findex del Banco Mundial, de 2021.  Ese mismo año, sobre el 80% de las personas en Chile hizo/recibió un pago de manera digital. En Brasil la cifra bordeó el 75%, mientras que en Argentina no llegó al 70%.

Si bien no hay registros más actualizados, basta con ver los números del comercio online para constatar la consolidación de las transacciones digitales. Según las últimas estimaciones de Statista Digital Market Insights, en América Latina hay casi 300 millones de compradores digitales, y se prevé que crezca más del 15% hacia 2027.

Este escenario ha sido un impulso para la inclusión financiera, dando más y mejor acceso a distintos productos bancarios a un público antes alejado de estas herramientas. Sin embargo, a pesar de esta ampliación en la cobertura en los servicios digitales, la educación financiera no ha tenido los mismos ritmos de avance. Sobretodo si la entendemos no solo como el conocimiento de conceptos básicos como ahorro e inversión, sino también la comprensión de dinámicas económicas y tecnológicas que evolucionan cada vez más rápido.

¿Qué hacer? el foco puesto en la educación y la información

Creo hasta ahora, el gran error ha sido centrarnos en el síntoma. Hay distintas encuestas que muestran la falta de educación financiera entre los consumidores, cada una con peores indicadores que la anterior. Antes de apuntar a que las personas mejoren su educación financiera, es imperativo abordar el problema angular: la falta de información precisa y accesible que tenemos sobre este panorama en Latinoamérica.

Por ejemplo, resulta al menos llamativo que no exista un consenso sobre lo que se entiende por un concepto tan básico como bancarización. En algunos países se considera bancarizada a aquella persona que cuenta con cheques, mientras que en otros basta con tener registro en el sistema, a través de algún tipo de cuenta, como de ahorro o corriente, o simplemente utilizar productos financieros.  Unos pocos consideran la participación activa en servicios financieros, como uso frecuente cuentas de ahorro, tarjetas de débito y transferencias electrónicas.

Lo cierto es que no hay datos únicos y actualizados a nivel regional, por lo que se hace muy difícil diseñar políticas públicas eficientes y, más aún, replicarlas en varios países de manera simultánea.  Un tema no menor, considerando que los desafíos en materia de educación financiera en Latam adquieren una relevancia vital para el desarrollo económico y la estabilidad de la región.

Antes de cargar la responsabilidad en las personas, es clave entender que para que la educación financiera mejore, es esencial la colaboración entre gobiernos, instituciones educativas y el sector privado. La creación de programas conjuntos que combinen conocimientos teóricos con experiencias prácticas puede tener un impacto significativo en adaptarse a la transformación digital, ser inclusivos, fomentar la colaboración y superar barreras culturales.

Esto convencido de que, al empoderar a las personas con conocimientos financieros sólidos, se construye una base para el crecimiento económico sostenible y la prosperidad en la región. Este es el gran desafío de cara a 2024.

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