En los últimos dos años, el mundo de las grandes corporaciones ha cambiado de forma nunca antes vista. Los resultados del informe 2025 Chief Transformation Officer Survey de Deloitte así lo demuestran.

En el estudio, se destaca que estas empresas multiplicaron 2,5 veces el presupuesto promedio destinado a transformación. Asimismo, los programas destinados a esta materia triplicaron su financiamiento y el 90% de los líderes señaló haber dirigido tres o más de este tipo de iniciativas.
Son cifras contundentes, que dan cuenta de que no se trata de una moda ni de una apuesta marginal: es una señal clara de que la capacidad de adaptarse, colaborar y evolucionar ya no es una ventaja competitiva, sino una condición para sobrevivir. Las organizaciones que no pongan la transformación en el centro de su estrategia corren el riesgo de quedar fuera de juego.
Este contexto pone en evidencia que es muy difícil avanzar por este camino solo. Por muy grande que sea una compañía, es inviable abordar el desafío de la innovación como un ente aislado y la colaboración se torna clave: competencia, fintechs, universidades, startups y reguladores. Hoy, más que nunca, necesitamos construir puentes.
¿El resultado? Innovación, entendiéndola como la creación de valor real, a partir de datos, soluciones y capacidades, para resolver desafíos que importan.
En el caso del mundo financiero, por ejemplo, mejorar el acceso al crédito, reducir la fricción en la toma de decisiones, anticipar riesgos y, sobre todo, generar confianza en un entorno cada vez más volátil. Una cosa es clara: la innovación significativa no ocurre en laboratorios cerrados, sino en espacios abiertos donde convergen distintas miradas, experiencias y saberes.
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