O cómo está cambiando nuestra relación con la tecnología.

La relación entre el hombre y la tecnología es tan antigua como la humanidad misma. Antes del inicio de la civilización propiamente dicha, los primeros homínidos ya empezaron a crear e inventar herramientas para hacer más fácil y llevadera su dificilísima existencia: piedras, lanzas, para luego dominar el fuego y acabar modelando el metal. Más adelante aprendió a producir vidrio y por fin llegó al papel: para escribir, leer y comunicarse. Las palabras dejaron de ser llevadas por el viento y pasaron a zanjar compromisos, establecer relaciones comerciales, transmitir información y conocimiento… Hasta nuestros días.
En todos estos millones de años, la tecnología ha estado al servicio del humano que la ha dominado, controlado y acompañado hasta la revolución industrial (¡la primera!) del siglo XVIII. A partir de este hito disruptivo, el mayor cambio tecnológico, pero sobre todo socioeconómico y cultural de la historia (hasta hoy), donde el trabajo manual dejó paso a un modelo económico que propiciaba la automatización y la sustitución del hombre por la máquina, más eficiente y más productiva.
“La tecnología ha estado al servicio del humano que la ha dominado, controlado y acompañado hasta la revolución industrial (¡la primera!) del siglo XVIII”
Esta “evolución” provocó que las personas empezaran a tener unas mejores condiciones de trabajo, mejor calidad de vida y, entre otras cosas, más tiempo libre. Las personas migraron del campo a la ciudad, aumentó la demografía y la esperanza de vida. La ciencia y la investigación potenciaron a su vez mayor desarrollo tecnológico que volvió a crear, como una espiral, una segunda, una tercera y una cuarta revolución industrial, en la que estamos inmersos hoy.
No he querido expresamente incidir en todas (que son muchas) las desventajas de las revoluciones industriales, en especial de la primera, para no desviarme del mensaje del artículo. De lo que estamos hablando es de la relación ¡inteligencia humana-inteligencia artificial!
Hasta prácticamente principios del siglo pasado no había duda que en nuestro planeta solo existían tres tipos de inteligencias naturales: la de los animales, las plantas y las personas. A partir de la segunda guerra mundial y gracias al magnífico Alan Turing, que acortó la II guerra mundial de unos cuantos años y salvó millones de personas, de una muerte segura, el mundo vió nacer una cuarta inteligencia, la Artificial (*). La IA ha aportado y está aportando mucho, y desde que se creó ha experimentado una evolución exponencial en su estructura tecnológica, en su capacidad computacional y, lo más relevante, en su relación con nosotros.
El final del siglo XX vio nacer internet y con él los buscadores. Era la gran explosión del “Show me”. Google, Yahoo y Archie, entre otros, se constituyeron como ventanas al recién nacido mundo digital a los que podías preguntar cualquier cosa y abrían mágicamente múltiples nuevos mundos.
Y así hemos convivido muchos años, mientras entrábamos en otra etapa, más centrada en el ámbito empresarial que en el de los particulares, la del “Help me”. Supimos desarrollar tecnologías útiles para optimizar muchas de las tareas diarias que gestionaban grandes volúmenes de datos, se realizaban de forma repetitiva y por parte de muchos trabajadores: ERPs, CRMs, Business Intelligence, Data Analytics, etcétera. Ya no “solo” le preguntábamos al algoritmo, le empezamos a pedir que nos ayudara: a gestionar una empresa, un equipo comercial, a generar cuadros de mando o describir el negocio.
En general muchas de estas aplicaciones, por no decir casi todas, se siguen utilizando por la gran mayoría de nuestro parque empresarial, desde las más pequeñas pymes hasta las más grandes corporaciones.
Es innegable el servicio que han dado y siguen dando, en aras de una mejor productividad, más eficiencia y mejores procesos. Y así hemos convivido muchos años, hasta entrar en otra etapa más profunda, la del “Augmented me”.
“Hemos delegado parte de nuestra tarea y de nuestra responsabilidad en un algoritmo matemático”
Los modelos de Machine Learning (Aprendizaje Automático en castellano) y los de Deep Learning (Aprendizaje Profundo) se están utilizando masivamente en todos los sectores de actividad, públicos y privados, desde hace un par de décadas. Nos han permitido optimizar procesos, mejorar la toma de decisiones y personalizar la oferta de productos y servicios entre otras cosas. De alguna manera han aumentado y enriquecido nuestra propias capacidades de entender los negocios, de predecir las ventas o de diagnosticar una enfermedad, entre otras. Hemos delegado parte de nuestra tarea y de nuestra responsabilidad en un algoritmo matemático. Confiamos en su resultado porque lo hemos programado nosotros.
Si bien es verdad que las primeras redes neuronales, predecesoras de los modelos LLM actuales, ya se desarrollaron en los años 60’, no es menos cierto que la masificación en el uso de la IA generativa no se ha popularizado hasta finales de 2020.
Con la aparición de Chatgpt, Llama, Gemini o Copilot la relación hombre-máquina ha subido un escalón. Ahora hemos creado una tecnología capaz de “Create for me”. Es una tecnología (y unos algoritmos) tan potente que es capaz de generar casi cualquier cosa que el humano le pida: texto, audio, vídeo, etc. La capacidad de creación es tan grande y rápida que la tentación de abandonarse a sus encantos está provocando una auténtica dependencia tecnológica a la par que un peligroso matrimonio de conveniencia.
En esta etapa la decisión y supervisión aún la realizamos las personas, pero es una realidad que la IA generativa ya se ha convertido en un becario que hemos contratado para ayudarnos en las tareas, especialmente las de menor valor añadido. Un becario que cada vez que le preguntamos o le pedimos que nos genere algo, aprende de nosotros. Es un becario súper-inteligente que en muchas tareas ya es mucho mejor, más rápido y eficiente que nosotros mismos. (Por cierto el salario que le pagamos es bajo en términos monetarios pero muy elevado en términos de gasto de energía e impacto en el medio ambiente.)
Pero como este becario nos parecía poca cosa, las grandes tecnológicas ya están desarrollando la última (por ahora) etapa en la relación hombre-máquina: la del “Do it for me”. La llamada IA agentic, una nueva generación de sistemas capaces de operar de manera autónoma, tomar decisiones y ejecutar procesos sin intervención humana. La IA no sólo asiste, ahora ejecuta tareas completas de forma autónoma.
Como cualquier becario o empleado que se precie, tiene una serie de derechos pero también de deberes:
-Respetar las políticas y procedimientos de la empresa
-Mostrar entusiasmo por las actividades a realizar
-Aceptar las instrucciones de los empleadores
-Completar los trabajos que se le asignen de manera profesional
Depende de nosotros el que este becario siga siendo lo que es, ¡un becario privilegiado! De todas formas, no hace falta tener ojo avizor para ver cuál será la siguiente etapa de esta serie evolutiva… Show me. Help me. Augmented me. Create for me. Do it for me. ¿Me?
Sin olvidar que este breve resumen de los anhelos del ser humano para complementar sus limitaciones nos muestra que cada vez el tiempo para adaptarnos a la tecnología es más corto.
Dejo al lector algunas preguntas abiertas que valdría la pena hacerse, para reflexionar sobre cuál queremos que sea el rol de las personas en esta nueva relación con la tecnología: en pensar, en la libertad de elegir, en la creatividad, en la toma de decisiones.
Yo, como humano, lo tengo muy claro… ¿y tú? ¡Las respuestas en los próximos artículos!
*Oficialmente, el término Inteligencia Artificial se acuñó en una conferencia celebrada en el verano de 1956 en el Dartmouth College, organizada por un grupo de científicos liderados por John McCarthy.
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