Lejos de ser una solución sencilla, las contraseñas a menudo representan un desafío. Y no es una exageración. El 90% de las contraseñas son vulnerables a ciberataques a causa de nuestro uso de claves débiles y predecibles, tal y como confirma el INCIBE. ¿Por qué seguimos utilizando contraseñas tan sencillas? El problema está en la cantidad de claves y combinaciones que debemos recordar, algo que resulta cansado, molesto y poco efectivo.
No solo eso. La mayoría de los usuarios se sienten abrumados por tener que recordar contraseñas y sienten miedo por si estas son lo suficientemente seguras. Para qué tanta molestia si, al final, seis de cada diez contraseñas se podrían descifrar en menos de una hora, de acuerdo con un estudio de Kaspersky.
En este contexto, entra en juego la autenticación multifactor. Me refiero a aquella que consiste en confirmar tu identidad ingresando un código que te envían por mensaje de texto o correo electrónico, un paso extra que puede reducir significativamente el fraude. Es como utilizar dos llaves para abrir una cerradura. ¿La parte mala? Que agrega algo de fricción a la experiencia del consumidor.
Por ello, las empresas tienen que plantearse seriamente dar un salto en seguridad y experiencia del usuario. Y es que la vulnerabilidad de las contraseñas sigue estando ahí. Necesitamos reemplazarlas de una vez por todas y acelerar la transición a una autenticación más fluida y segura, que incluya la biometría.
La biometría significa menos fricción y más seguridad en la autenticación
La biometría está transformando la forma en que interactuamos en el mundo digital. Es una herramienta tan útil como necesaria: las contraseñas son sustituidas por la persona, es decir, por su huella dactilar o rostro para confirmar su identidad y proteger sus datos. A medida que más proveedores de servicios integren esta tecnología al iniciar sesión en aplicaciones o sitios web, así como realizar compras en línea, más contribuirán a reducir la fricción y la vulnerabilidad que existe ahora.
El proceso es bastante sencillo y casi invisible para el usuario. Primero, cuando te registras en un sistema que usa biometría, este captura una muestra. Luego, dicha muestra se convierte en un patrón cifrado que se guarda en la base de datos de la empresa. Cuando quieras acceder a la aplicación o sistema en el futuro, simplemente vuelves a poner tu huella o muestras tu rostro, y el sistema compara esta nueva muestra con la que ya tiene guardada.
Lo interesante es que, aunque pareciera que estos sistemas están almacenando tus datos biométricos tal cual, lo cierto es que lo que guardan es un patrón cifrado y desagregado. Esto significa que incluso si alguien accediera a esos datos, no podría usarlos para replicar tu huella o rostro.
Nadie puede copiar tu huella digital, y aunque el reconocimiento facial ha sido puesto a prueba con técnicas avanzadas como los deepfakes, la tecnología sigue mejorando y detecta estos fraudes. Además, no tienes que estar cambiando de contraseña cada cierto tiempo o lidiando con recordar diferentes claves para cada servicio. Solo usas lo que ya eres, haciéndolo todo más simple.
Y de eso se trata, de hacer fácil el uso de algo que, en sí, tiene una alta complejidad y seguridad. Es en esa sencillez donde reside su potencial para un mayor desarrollo. Siguen habiendo desafíos en el camino, pero está claro que la biometría desempeñará un papel cada vez más crucial para garantizar sistemas de autenticación de identidad sólidos y sin fisuras en cualquier industria.
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