Ya no alcanza con dar acceso a una cuenta o a un crédito. El verdadero diferencial de las fintech en América Latina será cuánto aportan a la salud financiera de las personas.

Durante la última década, la narrativa dominante en torno a la inclusión financiera en América Latina estuvo marcada por el acceso: abrir una cuenta, disponer de medios de pago electrónicos, acercar crédito a quienes estaban fuera del radar del sistema. Ese fue el primer gran paso. Sin embargo, la región enfrenta un nuevo desafío: lograr que ese acceso se traduzca en bienestar financiero real y sostenible.
El cambio de paradigma es profundo. Hoy, el acceso ya no se considera un fin en sí mismo, sino apenas un medio. La pregunta que empieza a hacer ruido en los directorios de bancos y fintech es otra: ¿qué impacto tienen nuestros productos en la vida financiera cotidiana de los clientes? ¿Estamos contribuyendo a reducir el estrés financiero, a aumentar el ahorro, a promover decisiones más informadas?
Aquí aparece el concepto de salud financiera como el nuevo KPI del ecosistema. Medirla implica mirar no sólo balances de ingresos y gastos, sino también la capacidad de una persona para absorber shocks, planificar a futuro, cumplir objetivos y manejar su dinero sin que ello derive en ansiedad. En este terreno, la tecnología tiene una ventaja decisiva: permite personalizar soluciones, entregar retroalimentación inmediata y diseñar mecanismos de ahorro o pago que incorporen insights de la economía del comportamiento.
El reto para las fintech en la región es incorporar la salud financiera en el corazón de su propuesta de valor. No alcanza con tasas competitivas o con interfaces más amigables: se trata de diseñar journeys que acompañen al cliente, que lo “empujen suavemente” hacia mejores hábitos. Automatizar un ahorro, establecer alertas conductuales, ofrecer recomendaciones personalizadas con base en el historial de consumo, son ejemplos concretos de cómo la innovación puede generar bienestar.
Para los inversores, reguladores y líderes de la industria, este giro tiene una consecuencia clara: la inclusión financiera se medirá cada vez menos en términos de cantidad de cuentas abiertas y cada vez más en términos de resiliencia y bienestar. El sector fintech en América Latina tiene una oportunidad única de liderar esa transición. Quien entienda que el futuro de la industria no está solo en el acceso, sino en la salud financiera, será quien defina la próxima década.
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