El dilema ético del liderazgo en tiempos de delegación algorítmica. No escribo para decir lo que está bien o mal. Escribo para incomodar con respeto. Y por eso, este artículo cierra con una autoevaluación. Para que cada uno, desde su rol, se haga las preguntas que yo también me hago.

Delegar no es descargar
El liderazgo actual está lleno de discursos sobre transformación, pero cuando se trata de decisiones reales, muchos optan por un atajo: delegar en la IA lo que ya no saben —o no quieren— decidir. Automatizamos asignaciones, predicciones, segmentaciones. Pero,
¿quién carga con las consecuencias de lo que decide un modelo? ¿Dónde queda el juicio humano?
El problema no es que la IA decida. El problema es cuando el liderazgo deja de entender cómo y por qué lo hace.
He visto CEOs firmar estrategias enteras sin comprender que el modelo que las respalda fue entrenado con datos incompletos, sesgados o simplemente irrelevantes. No por negligencia, sino por comodidad. Porque “funciona”. Porque “es más preciso que nosotros”. Porque “es lo que hacen todos”.
Y así, el liderazgo deja de liderar.
El espejismo de la eficiencia
Una de las trampas más peligrosas en la era de la IA es confundir eficiencia con corrección. Que algo sea rápido no lo vuelve ético. Que sea escalable no lo vuelve justo. Que sea rentable no lo vuelve legítimo.
En América Latina, el 71% de las empresas que adoptan IA en procesos estratégicos no cuenta con una política clara de accountability algorítmica. Eso significa que ante una mala decisión automatizada —una recomendación de despido, una negativa de crédito, una derivación clínica errónea— nadie sabe quién es responsable. Pero el sistema “funcionó”.
La delegación algorítmica, mal entendida, convierte a las decisiones en actos sin dueño. Como si el liderazgo fuera solo apretar “enter” en una consola.
Si el algoritmo te representa, también te compromete
Hay una línea invisible que muchas organizaciones cruzan sin darse cuenta: dejar que la IA defina criterios que deberían ser humanos. ¿Qué candidato tiene potencial? ¿Qué cliente merece una excepción? ¿Qué segmento se considera “no rentable”?
Cuando esas definiciones las hace un modelo, lo que está en juego no es solo una predicción. Es una visión del mundo.
Cada decisión automatizada refleja los valores de quien diseñó el sistema… o la ausencia de ellos. Y si sos el líder, te guste o no, estás firmando esa visión con tu nombre.
Pensar antes que firmar
Hay bancos, hospitales, retailers y gobiernos que lo están intentando en serio. Equipos que entienden que el verdadero liderazgo no es resistirse a la IA, pero tampoco rendirse a ella.
No se trata de saber programar. Se trata de entender qué decisiones pueden —y deben— automatizarse, y cuáles requieren la deliberación, el juicio, la sensibilidad y la responsabilidad que aún no pueden ser replicadas.
La IA puede ser un copiloto, pero nunca debe ser un piloto sin mapa.
Autoevaluación (ampliada)
Marcá con un ✅ si tu organización o tu equipo cumple con lo siguiente:
□ Antes de automatizar una decisión, analizamos quién asume la responsabilidad ética si algo sale mal.
□ Contamos con criterios humanos claros para revisar y validar lo que propone la IA.
□ Sabemos cómo se entrenó el modelo, qué datos usa, y qué sesgos puede tener.
□ No delegamos decisiones críticas en sistemas que no comprendemos del todo.
□ Tenemos espacios donde las personas pueden cuestionar lo que decide el sistema.
□ Discutimos públicamente cómo impactan las decisiones automatizadas en nuestros clientes o usuarios.
Si no podés marcar al menos cuatro, estás firmando decisiones que no liderás.
El liderazgo en tiempos de IA no se define por saber usar herramientas, sino por no abdicar de lo que nos hace humanos. Porque cuando la IA decide, pero vos firmás, también sos vos quien debe entender, asumir y responder por las consecuencias.
Si este tema te hizo ruido, vale la pena que lo hablemos en serio. Porque no se trata de señalar culpables, sino de construir liderazgos que no se delegan.
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