
Hace unos años, hablar de pagar a quien ocupa ilegalmente un inmueble para que se marche voluntariamente hubiera parecido absurdo. Hoy, esa práctica tiene nombre propio, se ha convertido en una herramienta central en la gestión de activos inmobiliarios problemáticos, se ha profesionalizado, y se ha integrado, casi con naturalidad, en los modelos financieros de valoración: hablamos del “cash for keys”.
Frente a la saturación de los juzgados, la lentitud de los procedimientos de desahucio y la conflictividad creciente por la ocupación ilegal, se ha encontrado en esta vía una solución práctica, aparentemente eficaz y, sobre todo, rápida. Una fórmula que, bajo su apariencia pragmática y resolutiva, esconde muchas más preguntas que respuestas. Y tal vez haya llegado el momento de plantearlas.
Ventajas innegables del cash for keys
Sin duda, la principal ventaja y a su vez objetivo a corto plazo es la expectativa de permitir recuperar la posesión del inmueble sin litigio. Pero también otras accesorias, aunque no menos importantes: (i) rapidez (se evitan procesos judiciales de meses e incluso años) (ii) reducción de costes procesales, de vigilancia y rehabilitación (iii) preservación del activo (evita actos de vandalismo o sabotaje que suelen producirse en desalojos forzosos), y (iv) protección reputacional (solución silenciosa que evita conflictos mediáticos).
Datos recientes muestran que entre el 2020 y 2024, el uso del cash for keys ha crecido más de un 60%, siendo ya la vía elegida en hasta el 40% de los casos de ocupación detectados, incorporando este coste adicional como uno más en los modelos financieros y de valoración, equiparando su necesidad al del coste de la inscripción registral. Se hace presente y se ha normalizado como uno más a tener en cuenta.
Con ello, se ha generado incluso un mercado profesional en torno a esta práctica: empresas de mediación, plataformas de desalojo pactado y unidades especializadas. La trampa del éxito: cuando el remedio alimenta la enfermedad Lo que inicialmente fue una solución táctica ha comenzado a mostrar efectos estructurales perversos.
El efecto llamada
Cada vez más ocupaciones tienen una finalidad económica directa. Mafias organizadas y particulares informados conocen el sistema, saben cómo forzar la negociación y, en no pocos casos, entran en los inmuebles esperando su cheque de salida. El “cash for keys” ya no es una excepción sino parte del plan.
Daños colaterales: comunidades asfixiadas
Un solo inmueble ocupado en un edificio puede bloquear toda la comunidad: impago de cuotas, deterioro de zonas comunes, conflictos con vecinos, sensación de inseguridad. Incluso tras la desocupación, el daño persiste: tensiones vecinales, litigios cruzados, e impagos heredados. El resultado: los inversores se alejan de estos entornos, etiquetándolos como “zonas conflictivas”.
Pérdida de valor urbano
Cuando la ocupación ilegal se extiende en un barrio, no sólo se devalúan los activos ocupados, sino también los colindantes. Las tasadoras empiezan a introducir el “riesgo social” como variable. Algunos distritos ven cómo se bloquean rehabilitaciones, se paralizan inversiones y se erosiona la percepción de seguridad jurídica.
¿Y si el remedio es parte de la enfermedad?
A medio plazo, el cash for keys puede estar contribuyendo a alimentar el problema que intenta resolver. Lejos de disuadir la ocupación, puede estar generando un sistema informal en el que se premia al ocupante y se penaliza al propietario diligente.
Las alternativas legales… y sus límites
Frente al auge del “cash for keys”, podríamos pensar que existen otras vías más formales, más jurídicas, quizá más ortodoxas. Y las hay, sí. Pero todas, sin excepción, tropiezan con sus propios muros. La primera puerta es la del procedimiento verbal posesorio. Sobre el papel, parece la solución ideal: un juicio rápido, pensado para recuperar la posesión frente a quien no tiene título. Pero en la práctica, esa puerta está atascada. Los juzgados están saturados, los plazos se alargan, y lo que debería resolverse en semanas acaba estirándose durante meses o incluso más de un año. La justicia, en este caso, no siempre llega a tiempo. Y cuando lo hace, el activo ya ha perdido valor.
Algunos propietarios, o sus abogados, optan entonces por tocar otra puerta: la vía penal para recuperar la posesión. Pero esta vía es aún más incierta. Los fiscales exigen pruebas claras de que el ocupante actuó con dolo, es decir, que sabía que estaba entrando ilegalmente y lo hizo a sabiendas. Y claro, cuando la puerta ha sido forzada pero nadie vio nada, cuando el contrato falso aparece justo a tiempo o cuando el ocupante dice que “le dejaron entrar”, el caso se difumina. La mayoría de las denuncias por usurpación acaban archivadas.
Otras soluciones buscan el camino de lo social. Algunas entidades apuestan por cesiones temporales de uso con fines sociales: ceder el inmueble a una ONG, a una administración local o incluso al propio ocupante con un contrato controlado, a cambio de su buen uso y un compromiso de salida pactado. Suena bien. Y a veces funciona. Pero requiere coordinación institucional, voluntad política, seguimiento técnico… y mucho más tiempo del que el inversor suele tener.
Se configura así como elemento clave la especialización a la hora de afrontar y resolver este tipo de situaciones problemáticas de los activos, que requiere de un conocimiento profundo, una elevada experiencia, y sobre todo, una atención especial a cada situación.
¿La solución pasa por dejar de pagar?
Parece contradictorio, pero quizás la única manera de frenar el negocio de la ocupación es “cerrar el grifo” de la rentabilidad para quien ocupa. Si no hay recompensa posible, si no hay “negocio en la salida”, tal vez se disipe parte del interés en entrar.
Conclusión: entre la llave y la cerradura
El cash for keys ha sido una solución pragmática, pero no es una solución estructural. En un estado de derecho, la ocupación no puede convertirse en una estrategia económica ni en un atajo al derecho a la vivienda.
Sin duda, es hora de repensar esta herramienta, profesionalizarla, regularla o incluso limitarla para evitar que sea el germen de un mercado paralelo que perjudica a propietarios, comunidades, inversores y ciudades enteras. Quizá no es el cash lo que hay que dar, sino el key del derecho: seguridad, eficacia y responsabilidad.
Sigue toda la información de Open Hub News en X y Linkedin , o en nuestra newsletter.