El último informe de McKinsey advierte que el sector afronta una encrucijada: sólo una transformación tecnológica integral permitirá recuperar márgenes y sostener el crecimiento en un entorno de costes crecientes y rentabilidades impredecibles.

La industria global de la gestión de activos se encuentra en un punto de inflexión. Tras una década marcada por tipos de interés bajos, crecimiento económico estable y mercados alcistas, el viento de cola se ha convertido en un lastre. La transición de productos activos a pasivos, el auge de los alternativos y la volatilidad macroeconómica han reducido de forma significativa los márgenes. Según McKinsey, en los últimos cinco años los beneficios antes de impuestos se han contraído tres puntos porcentuales en Norteamérica y cinco en Europa, mientras los costes tecnológicos han crecido muy por encima de los ingresos.
En este contexto, la consultora identifica en la inteligencia artificial (incluyendo la IA generativa y la emergente “agentic AI”) una oportunidad única para cambiar las reglas del juego. Su potencial impacto equivale al 25-40 % de la base de costes de un gestor medio. Eso significa que un actor con 500.000 millones de dólares bajo gestión podría ahorrar miles de millones mediante la automatización de flujos, la optimización de carteras o la supervisión de cumplimiento normativo.
El dilema de la inversión tecnológica
El informe constata una paradoja: las gestoras han invertido sin descanso en tecnología, pero sin lograr un retorno claro en productividad. Buena parte del presupuesto se destina a mantener sistemas heredados, complejos y fragmentados, en lugar de financiar transformaciones profundas. De hecho, entre el 60 % y el 80 % del gasto en TI se orienta a mantener la operativa diaria, mientras que apenas entre un 5 % y un 10 % se dedica a iniciativas de digitalización a escala.
McKinsey subraya que la clave no está en multiplicar los casos de uso aislados, sino en rediseñar dominios completos (operaciones, distribución, inversión o marketing) bajo una lógica “cero-base” impulsada por IA. Aquellas firmas que han dado este giro estratégico ya reportan beneficios tangibles: ciclos de desarrollo de software reducidos de doce a tres meses, ahorros de hasta 100.000 horas anuales en procesos de back office y mejoras significativas en la personalización de la relación con clientes.
Seis pilares para una transformación real
La investigación plantea un marco de seis imperativos para capturar valor a escala:
- Rediseño de dominios con la IA como eje estratégico.
- Nuevas estrategias de talento, enfocadas más en alfabetización en IA que en capacidades de programación.
- Modelos operativos híbridos, que combinen un control central con autonomía local para experimentar.
- Control de la hoja de ruta tecnológica, reduciendo dependencia de proveedores y priorizando desarrollos propios.
- Gobernanza de datos robusta, con plataformas unificadas y grafos de conocimiento que hagan la información más contextual.
- Gestión del cambio organizativo, con liderazgo activo, formación y mecanismos de incentivo para impulsar la adopción.
El mensaje es claro: el sector no puede permitirse tratar la IA como una moda pasajera ni como un simple complemento tecnológico. Integrada con visión y disciplina, puede convertirse en el motor que devuelva la rentabilidad a la industria, eleve la experiencia de clientes e impulse la innovación.
La advertencia final de McKinsey es contundente: quienes actúen con rapidez podrán reinvertir y liderar; los que duden corren el riesgo de quedarse rezagados en un mercado cada vez más exigente.
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