Son miles los ejemplos de iniciativas rupturistas que nacen con todo en contra. Frente a este escenario de innovación, cabe preguntarse, ¿cuánto más podemos avanzar si nos comprometemos con un ambiente que impulse este tipo de desarrollos de manera sostenible?
Una idea innovadora ciertamente puede generarse en un entorno agreste. Apple, por ejemplo, se fundó en la cochera de la casa de Steve Jobs, quien además tuvo que resistir la presión social de dejar la universidad. A pesar de todas las trabas y dificultades, logró construir una tecnología icónica, que hasta hoy define la forma en que nos comunicamos, sin dudas con innovación.
Según el Índice Global de Innovación 2023 (GII), de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), las economías en la región no están dentro de los primeros lugares. De 132 países el mejor posicionado es Brasil, recién en el puesto 49, seguido de Chile (51) y México (58).
¿En qué estamos quedando rezagados?
Casi todas las grandes organizaciones en Latinoamérica la consideran como un eje estratégico para su sostenibilidad en el tiempo y cada una, desde su vereda, está implementando nuevas soluciones para mejorar la experiencia de sus clientes o la productividad de sus negocios.
En la región tenemos talento, tecnología a disposición y una demanda que siempre está buscando nuevas soluciones que mejoren su experiencia de consumo y, finalmente, su calidad de vida. Asimismo, la IA ha impulsado fuertemente las metodologías de trabajo colaborativo y dado aun más impulso a plataformas integradas. Un entorno lleno de oportunidades.
Sin embargo, pareciera que más allá de los insumos, fallamos en algo. En ese contexto, creo que el gran problema es, muchas veces, la ausencia de un “chef”: ese actor que logra tener una mirada más amplia y, sobre ella, define el orden de cada elemento y cuán protagónico será en el plato final.
Acceder a esta perspectiva no es fácil. Solo es posible con data que nos permitan medir de forma concreta el resultado que tiene la innovación en la empresa. Lo anterior trae aparejado una serie de efectos positivos, como identificar dónde disponer de más talento y atención. Quizás más importante, nos impide caer en la tentación de auto-engañarnos, percibiendo que somos innovadores cuando en realidad no es tan así.
¿Un ejemplo? Algo muy aterrizado: es una excelente práctica la de exigir al C-Level que un porcentaje del revenue anual tenga un origen rupturista. Para ello, es crítico explicitar qué se entiende por innovación y cómo se va a medir. Y estas dos definiciones debieran sociabilizarse a todo el equipo.
Para avanzar de manera sostenida y sostenible en este camino, hay que revisar cómo dicho componente se estructura en el negocio y su valorización. Y ahí es donde debe comenzar a ser protagónico.
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