
La previsión de que el volumen de deuda de créditos fallidos caiga por debajo de los 80.000 millones de euros en 2025 es, sin duda, una buena noticia, tal y como planteamos en la VIII Edición del Observatorio de Assets Under Management. Refleja un sistema bancario que, tras años de ajustes, ha ganado resiliencia y control sobre su cartera crediticia. Pero ¿podemos interpretar esta tendencia como una señal definitiva de fortaleza? ¿O estamos ante una fotografía estática que podría desdibujarse si el contexto macroeconómico se deteriora?
Lo cierto es que la estabilidad actual convive con amenazas que, aunque aún latentes, empiezan a manifestarse en indicadores sensibles. La ralentización de la economía europea, las tensiones comerciales globales, la incertidumbre política prolongada y, sobre todo, la dificultad estructural de acceso a la vivienda, conforman un cóctel que puede alterar las dinámicas del crédito.
La morosidad y el mercado laboral
Pese al aumento del ahorro durante los últimos años –con un incremento del 9,6% con respecto al año pasado según el Banco de España– el empleo sigue siendo el principal escudo frente a la morosidad. España mantiene una tasa de paro cercana al 12% que aun siendo la mayor de la zona euro, está permitiendo mantener los impagos a raya. Este paro casi estructural oculta ciertas deficiencias del mercado laboral donde los primeros signos de fatiga ya se aprecian en el crédito al consumo, que encadena varios trimestres de deterioro y alcanza ya una morosidad del 7%. Este fenómeno suele anticipar, con un decalaje de entre 12 y 18 meses, tensiones similares en el crédito hipotecario. Y si no se resuelve la crisis arancelaria en el corto plazo, el impacto en la solvencia de determinados segmentos de PYMES será inevitable. En consecuencia, las tres principales tipologías de préstamo – consumo, hipotecario y PYMES – podrían verse afectadas.
En paralelo, el precio de la vivienda sigue al alza y la demanda de hipotecas se ralentiza tras unos meses de subida derivados de la bajada de tipos de interés. El esfuerzo hipotecario supera el 30% del ingreso medio en varias comunidades, lo que limita el acceso al crédito a una parte creciente de la población y la situación macroeconómica no invita al optimismo para el crédito al consumo y empresarial. De prolongarse esta dinámica –y no vemos signos de que pueda cambiar en el corto plazo– las entidades podrían enfrentarse a una disyuntiva compleja: mantener criterios exigentes y frenar la concesión o relajar los estándares para sostener el volumen de negocio. En el primer caso, se agravaría la exclusión financiera y se ralentizaría el crecimiento empresarial; en el segundo, se corre el riesgo de deteriorar la calidad crediticia justo en un entorno donde el margen de error se reduce.
¿Qué podemos hacer entonces? La respuesta no pasa por elegir entre prudencia y crecimiento, sino por invertir en capacidad analítica. En un entorno volátil, con alta dispersión de riesgos por segmentos, geografías y productos, contar con tecnología que permita una segmentación avanzada es fundamental. La inversión en inteligencia artificial, en plataformas de decisión integradas y en modelos predictivos no es ya una cuestión de eficiencia, sino de gobernanza del riesgo. Solo así se podrá ampliar la base de clientes con criterios de concesión responsables, minimizando el riesgo y maximizando el impacto.
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